In-Flexiones



Concibo este apartado como una suerte de "rincón", un sitio en el que tenga cobijo el pensamiento crítico. Bachellard sostenía "se piensa siempre en contra del pensamiento anterior"; o bajo la óptica de Castoriadis, un pensamiento "instituyente" que confronte con el saber "instituido".
El título del espacio es deudor de ese espíritu, asociado a la "re-flexión" pero distinguiéndose de ésta. El propósito de la "in-flexión" no es volver sobre sí, sobre lo ya pensado; sino establecer una cliva, una suerte de fisura en lo ya dado y desde allí ubicar una bisagra que permita establecer una puerta hacia otros horizontes, que la pared de lo instituido pretende desterrar.  
Un espacio abierto a quien quiera compartir su in-flexión con otros o tan sólo pensar en voz alta. Un espacio en el que se incluye al psicoanálisis pero no se restringe a éste. La pretensión es desbordar ese límite y así incursionar en la filosofía, la literatura, la política, la historia y cualquier otra campo en el que pueda fertilizar esta propuesta.
Sólo a los fines de inaugurar este espacio ofrezco unos modestos pensamientos de mi autoría, con la firme esperanza de recibir producciones de otros autores que enriquezcan el sitio.


ACERCA DE UN “MALDITO”, FREUD Y LA TERCERA HERIDA NARCISISTA.


         En efecto, Sigmund Freud aquilata merecimientos para el apelativo de “maldito”. De modo análogo a “los malditos de la filosofía”, Nietszche y otros pocos, perteneciendo a una selecta minoría, se atrevieron a irrumpir y sobre todo a romper con el “armónico” universo de las ideas de su tiempo, intemporal tiempo que alcanza nuestros días. Es así que se instituyen en “singulares clásicos”, aquellos que a diferencia de “los clásicos” en sentido ortodoxo, alcanzan su perdurabilidad, no por perpetuarse en la condición de actuales, sino por el contrario, por sostenerse en una resistencia militante, que en último análisis, es en una posición de irreductible inactualidad.
 
Mark Twain sostenía, “el día que perciba que mis ideas son avaladas por las mayorías, será el día en que deba revisar esas ideas”. Y pareciera que en un derrotero equivalente se encaramaron estos “singulares clásicos”, en erigirse desde la incomprensión de su época, para luego situarse en el inconmovible carácter disruptor de los tiempos que les sucedieron. 
Sigmund Freud fue o para mejor decir es, uno de éstos hombres. Fue aquel que con ironía se complajo ante la quema de sus libros, en tiempos del nazismo y en el final de sus días, “ …cómo ha evolucionado la humanidad, hace cuatrocientos años me hubieran quemado a mi; hoy tan sólo queman mis libros.” El mismo hombre, alrededor de cuarenta años antes de este episodio y en ocasión de disertar ante la comunidad médica acerca de la introducción al psicoanálisis, le confiaba a un amigo que esa conferencia estaba llamada al fracaso. Le decía, existen dos posibilidades, que nos acepten o que no, si nos aceptan significará que no nos han entendido y si nos entienden, entonces jamás nos aceptarán.
Acerca de aquel hombre, de ese “maldito”, es que siguen estas líneas, que no conllevan una pretensión biográfica, sino tan sólo breves pinceladas que ofrezcan fundamento al porque Sigmund Freud, fue y es un “maldito”. E incluso lo será, “maldito” a perpetuidad,  salvo que fuera aceptado a expensas de no ser entendido.

Más allá de sus comienzos como neurólogo y luego de haber transitado por la Salpetrie (Clínica psiquiátrica francesa, donde inicia sus investigaciones sobre la histeria), de la mano de Charcot, principia su camino de “maldito” al desterrar a la histeria del campo de la simulación, dando fundamento para otorgarle al cuadro estatuto de entidad clínica. Postula además la existencia de la histeria masculina, contradiciendo dos mil años de cultura griega. Histeria deviene etimológicamente del griego “histero”, que significa útero.
         Incursiona también en el territorio de lo que hoy denominamos psicosis. Allí cuestiona la categoría, en ese entonces validada por la comunidad médica, de “demencia precoz”. Sostiene el respecto, avalado por evidencia clínica, “ni tan demente, ni tan precoz”. Presenta como fundamento un caso clínico en el que la función cognitiva permanecía conservada, “ni tan demente” y la irrupción del cuadro psicótico adviene luego de los cincuenta años, “ni tan precoz”.
Incluso resulta “maldito” consigo mismo, contradiciendo muchos de sus propios postulados. Las “Segundas conferencias” resultan prueba suficiente. Como ejemplo de ello, cabe mencionar su desarrollo respecto del mecanismo de la proyección, sostenido por Freud como patognomónico de la paranoia y luego refutado por él mismo.
         Tampoco puede soslayarse la valerosa imprudencia que cometió, al atreverse a abordar la cuestión de la sexualidad en plena época victoriana. Gracias a ello fueron posibles conceptualizaciones despojadas de los pruritos de la época y por esta vía arribar a una tajante distinción entre la sexualidad animal y la humana, hasta ese momento groseramente confundidas. Tuvo la agudeza además, de no restringir la sexualidad a la mera genitalidad, conceptualizando a partir de la primera una categoría central en la teoría psicoanalítica, la “pulsión” (punto límite entre lo psíquico y lo somático), como intrínseca a la humano por oposición al instinto animal. En el mismo escenario victoriano dio un paso más y tuvo la osadía de sostener la existencia de la sexualidad infantil. Y finalmente, como si estuviera más allá de los prejuicios de su época, a partir de la reconceptualización que efectúa sobre la sexualidad, termina definiendo al niño como un “perverso polimorfo”. Claro está que tal nominación no es a título propio, sino llegando a tal conclusión por la vía del absurdo, deduciéndolo como conclusión lógica, a partir de los preceptos de su época. 
Pero fundamentalmente su condición de “maldito” resulta subrogada de su descubrimiento/construcción fundamental y por lo que es considerado el padre del psicoanálisis: El inconciente.
Esta categoría, el inconciente, determina un salto cualitativo, una revolución “Copernicana”, que desborda los límites de la llamada salud mental. Tales son las consecuencias, que determina la redefinición del  sujeto humano como tal y en consecuencia, la inevitable caída del paradigma científico de su época. Aún hoy,  más de un siglo después, el inconciente freudiano supone la irremediable caída, aunque soslayada, de los pilares fundamentales de la ciencia actual. Prigogine por un camino distinto y desde la física cuántica, culmina emparentado con Freud al sostener que la ciencia no es más que una quimera.
         Por qué la cuestión del inconciente rebasa los límites de la salud mental, para impactar de lleno en los cimientos primordiales de la ciencia y la cultura, precipitando su caída?
Porque redefinir al sujeto humano, a partir del inconciente, supone romper con dos mil quinientos años de sobreentendidos. El sujeto aristotélico, de quien derivan entre otras cuestiones la lógica formal, el sujeto como unidad, agente sintetizador del campo perceptual, el “percepiens”; caen irremediablemente.
Concebir al inconciente, determina pensar al sujeto humano como inconciliablemente dividido por la esquicia que el inconciente supone. Es por ello que Freud se opuso drásticamente a la nominación de “esquizofrenia”, puesto que deriva de “esquicia”, división. Y entonces Freud decía, cómo es posible identificar diferencialmente a un cuadro clínico, la esquizofrenia, si se le atribuye como rasgo central aquello que le es común a todo sujeto, la división.
Para dimensionar la magnitud del impacto en el mundo científico, que supone la introducción del concepto de inconciente, basta un mínimo ejemplo. La propiedad reflexiva, pilar de la lógica formal, vale decir el principio por el cual toda entidad es igual a sí misma; se derrumba irremediablemente. Y el derrumbe ocurre porque para que esta ley fundamental se cumpla, necesita del concepto de unidad y es ésa precisamente la categoría que Freud demuestra como ilusoria.
Idéntica suerte corren otras categorías fundamentales en el pensamiento científico, tales como el principio de no contradicción o el de temporalidad, éstos y muchos otros sucumben ante la evidencia de “lo inconciente”.
Tal estado de cosas lleva a revisar seriamente, afirmaciones como las que Prigogine sostiene y en tal sentido acomete una pregunta fundamental, cuál es realmente la validez de la ciencia y sus axiomas? u otra aún más radical, la ciencia es posible? Y si resulta pertinente el cuestionamiento de la ciencia como tal, no es igualmente pertinente poner en cuestión todos y cada uno de los preceptos axiomáticos o no, que derivan del corpus científico?
Sigmund Freud, sin lugar a dudas un “maldito” mayúsculo. Decía una vez que le había causado a la humanidad la “tercera herida narcisística”. Afirmaba que la primera herida se la había infligido Copérnico, al sostener que la tierra no era el centro del universo. Luego Darwin asestó la segunda herida, al desterrar al hombre como rey de la creación y relegarlo al status de descendiente de los monos.
Finalmente y con razones de peso, Freud creyó ser el responsable de la tercera herida. Ese hombre que ya no ocupaba el centro del universo ni tampoco era el rey de la creación, ese hombre, ni siquiera era “uno”.


Lic. Horacio Morgana


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Gracias al generoso aporte del Prof. y Lic. Jorge Helman, psicoanalista de aquilatada trayectoria y referente ineludible de mi propia formación como analista; es que tengo el honor de compartir un texto de su autoría. Mi sincera gratitud por la valiosa colaboración.


DEL “SENTIDO DE LA SUPERVISIÓN” A “LA SUPERVISIÓN DEL SENTIDO”
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 Junto al nacimiento de nuevos conceptos que el psicoanálisis incipiente fue creando a fines del siglo XIX, se fue entretejiendo un espacio particular: la comunicación epistolar, embrión posible de lo que hoy se reconoce como supervisión.
  En esos tempranos tiempos, eran frecuentes los encuentros entre el maestro y los fundadores (las famosas reuniones de los miércoles) (1) y (2) donde se exhibían algunos casos a los que luego se inundaba interpretativamente con  los artefactos conceptuales del psicoanálisis. Pero, paralelamente, surgió también un camino de reflexión más íntimo, más privado, menos conocido: la correspondencia Freud-Fliess (3).
Si bien es cierto, como lo afirma Octave Mannoni (4), que el autoanálisis pudo anclar en la transferencia que se instaló entre estos dos hombres, también es verdad que se encuentran, en esas cartas censuradas, referencias concretas a pacientes por ambos conocidos y que allí se siguen conversaciones mantenidas ya en Innsbruck donde se alude, sin más detalles, a pacientes que, por algún costado, les eran afines.
Por supuesto, carecemos de las opiniones de Fliess. Sin embargo, se sabe que este hombre ocupó ante Freud una triple dimensión. Por un lado, fue una referencia conceptual a la que él podía oponerse; por otro, sostuvo una sólida transferencia que le permitió a Freud analizarse;  y por último, permitió que fluyese entre ambos una voluminosa comunicación clínica que le sirvió para comprobar la veracidad de sus hallazgos.
El camino epistolar continuó luego con otros interlocutores, pero este escrito sólo puntuará algunos hitos que se fueron enhebrando y que dieron lugar, más tarde, a la institucionalización de la supervisión clínica.
En 1922, Edoard Weiss (5) expone un caso, el paciente G. F., y hace de éste una extensa y amplia descripción clínica. Este caso no toma estado público, se despliega solamente en la intimidad de la correspondencia con Freud, quien realiza un diagnóstico a distancia y da una indicación contundente. La retracción, ostensible, de la profunda depresión de G. F. al mismo tiempo que la reaparición virulenta del asma determinan una sentencia categórica de Freud: interrumpir el tratamiento.
Pero el caso más ilustrativo de lo que podría llamarse una supervisión clínica lo constituye el caso Juanito (6). La prolífera correspondencia mantenida entre el padre de Juanito (pediatra y simpatizante fervoroso de la teoría psicoanalítica) y Freud posibilitó la oficialización de uno de los cinco historiales clínicos más clásicos.
La distancia entre el caso Juanito y el caso G. F. es enorme en el tiempo y también por las características singulares de ambos. Pero tienen en común el hecho de que Freud se contacta con los pacientes tan sólo un par de veces y el resto lo constituye un tercero (el padre de Juanito en un caso, Edoard Weiss en el otro) que le escribe a Freud.
De lo antedicho es posible desprender algunos nudos que son insistentes en este escrito: epistolar (texto), intimidad (clínica) y fuerte vínculo afectivo entre los protagonistas (transferencia).
Lo reseñado hasta aquí, ha intentado señalar un posicionamiento con relación a la tarea de supervisar; postura desde la cual se pretenderá amarrar los tres nudos recientemente descriptos.
Es sabido que el vocablo “supervisión” es hoy objeto de fuertes críticas. Centralmente éstas se dirigen a atacar la fuerte contaminación en la que tradicionalmente se halla envuelta la tarea, como ya se señaló en el comienzo. Se propone suplantarlo por la palabra “control”.
Pero cabe en este punto una importante reflexión. ¿Existe, acaso, alguna palabra que no goce y a la vez padezca de una fuerte contaminación devenida del uso y de la tradición?
Cuando Hermann Numberg (7) imprime la expresión “análisis de  control”, la situación del psicoanálisis también envolvía ese espacio con un sólido criterio referido a esa práctica.
 “Supervisión” o “Control” pueden ser alternancias intrascendentes, variaciones “gatopardistas” (cambiar algo para que todo quede igual), si no se observa el espectáculo contextual histórico en el cual se despliegan.
En la época de Numberg, que se extiende en la Argentina hasta fines de la década del ‘60, controlar (o supervisar) significaba ir a buscar la revelación de la verdad, implicaba ignorancia del novel y sapiencia cristalizada del experto. Éste sabía “dónde estaba la cosa”, aquél desconocía dónde se encontraba su paciente.
La saludable conmoción que produjeron los desarrollos de Lacan  descongeló, también, esta práctica sólidamente edificada en la institución del control (o supervisión). Fundamentalmente cabe puntuar el destierro de la soberanía del yo (8), pero también es justo admitir que esta profunda crisis de la noción de Yo, que inauguró Lacan en el psicoanálisis, fue acompañada, simultáneamente, en el terreno literario, por la fuerte incursión del estructuralismo en Francia. En la Argentina, donde los reflejos a veces son tardíos y otras acelerados, muchos se hicieron eco de esta emulsión. En efecto, el estallido de la noción de Yo corre a la par con la disolución de la noción de autor (9), (10), (11).
A la luz de esto, es posible retomar ese lugar de la práctica clínica que se reconoce como “supervisión” (o control), precisando que es necesario hoy aceptar la inexistencia de UN psicoanálisis y que hay una pluralidad de prácticas que se desenvuelven al amparo de su nombre.  En otros términos, hay analistas apegados a una idea clásica o tradicional del control (que se sienten poseídos por  una visión superior)  y hay otros que se pueden reconocer en esta nueva visión de la tarea clínica. Sería riesgoso y autoritario exonerar a unos o a otros de la práctica del psicoanálisis. Pero al mismo tiempo, es inevitable tomar partido, por cuanto el solo hecho de escribir significa recortarse por el universo de las significaciones.
Lo anteriormente señalado sólo tiende a una equidistancia que permita contemplar el hecho de que todo posicionamiento singular se enmarca en el interior de una contextualidad.
Es posible hoy inventar una nueva expresión significante que suprima los vicios de las palabras “control” o “supervisión”; sería óptimo hablar del ANÁLISIS DE UN ANÁLISIS, sin embargo se pueden alentar muy pocas esperanzas acerca de la supervivencia descontaminada de esta expresión. Después de todo, al instalarse en el lenguaje, su vida independiente es efímera, porque será atrapada, como lo señala Borges (12), por la tradición y la cultura.
Así como la crisis del Yo es solidaria con la crisis del autor, la ubicación subjetiva del supervisor (o control) está íntimamente vinculada con la actitud que asuma éste ante el TEXTO.
Julia Kristeva (13) define al TEXTO a través de dos coordenadas. Por un lado, por ser el objeto formal abstracto de la literatura y de la lingüística, y por otro, por ser una organización axiológica de significantes. Asimila texto a producción inconsciente, y define el descubrimiento freudiano (básicamente el texto fundacional: los sueños) como la inauguración de una nueva semiótica translingüística.
Es posible rescatar, de los escritos de esta semióloga búlgara, un elemento útil para esta tarea donde dos analistas se encuentran para hablar de la clínica (control o supervisión), y es que uno (el supervisor) debe atender a la organización significante del otro (el supervisando).
Es muy frecuente que el segundo traiga papeles escritos para dar (supuesto) fiel testimonio de “lo que el paciente dice”. Es posible evocar la época     (década del ‘60) en que dicho encuentro se hacía bajo la consigna de “traer el material escrito a máquina, y si es una grabación, mejor”.
¿Qué actitud amparaba esta consigna? La ilusión de que el paciente (con su voz) y el supervisor (con su escucha) intimaban libidinalmente en forma directa... ¡Claro! el analista se transformaba entonces en un simple portador de casetes, o, en el mejor de los casos, en un transcriptor de su paciente.
Otra actitud muy diferente subyace cuando el encuentro se desarrolla sobre otra consigna: “¡hable de su paciente!”. En el peor de los casos, el supervisando sacará sus papeles y será el transcriptor de su paciente; en el mejor de los casos, dejará que su paciente sea inspiración “condicionadamente” asociada.
¿Qué criterio del texto refrenda esta otra consigna? La convicción de la traducción inconsciente, el permanente deslizamiento de la transposición (enstellung) psíquica.
Significa ello que traducir es ‘versear’, es discurrir para construir una trama que es el espacio de la supervisión. Traducir, siguiendo a Héctor Libertella (14), es generar una versión nueva que se aparte de la supuesta objetividad. (Sería interesante interrogarse: ¿por qué los analistas buscan la “objetividad” cuando en rigor se enfrentan a subjetividades, hechos únicos, irrepetibles, singulares?).
Traducir presupone poner en acto la transferencia del analista con su paciente (15), no la del supervisando con el control. En otros términos, no es : “yo siento que el paciente...” sino, centralmente, qué tipo de estructura narrativa entreteje el analista-supervisando que, según la experiencia recogida por el autor de este escrito, curiosamente, suele ser la misma dramática la que se despliega con cualquier paciente.
Esta actitud permite capturar las grietas discursivas intermitentes que aparecen en el analista-supervisando, porque el trabajo de la supervisión (o control) no es con el paciente, sino con el analista que está con ese paciente.
Pero al mismo tiempo, también es necesario distinguir un análisis de la supervisión de un análisis, ya que la propuesta que antecede exige transitar una franja que podría incitar a una superposición nociva.
El control se desplaza sobre la función del analista, no sobre la subjetividad del mismo; es posible separar su intimidad personal, que debe seguir un camino independiente por su propio análisis. La distinción reconoce puntos de entrecruzamiento, por ello se ha hablado de resquebrajamientos repetitivos.
Y dado que de entrecruzamientos se trata, también es necesario segregar esta práctica de aquella destinada a la manipulación del arsenal teórico. En otras palabras, el estudio y la incursión en los textos teóricos corre,  interseccionando, por una ruta distinta de la que transita la supervisión.
Indudablemente, la supervisión es un sitio que incita permanentemente a que renazcan los tics intelectuales y lingüísticos de sus protagonistas (dos analistas hablando de la clínica pueden sentirse tentados de acudir al repertorio idiomático común) pero seguir el camino de esta tentación es transformar la supervisión en un ateneo clínico.
En el espacio de la supervisión, la consulta bibliográfica puede ser saludablemente excitada, pero sólo en calidad de un invitado más.
Los conceptos de la teoría se templan en la práctica (16). Es necesario que ésta los reavive, los haga reflotar de los libros; si, por el contrario, los libros (y los conceptos que en ellos viven) intentan  moldear la clínica, quedaría herida la regla fundamental para el analista: atención parejamente flotante como contestación a la libre asociación del paciente. Esta regla (fundante y fundamental) convoca a suspender prejuicios (incluso teóricos) y permite que esa teoría haga su efecto por el camino ineludible del retorno de lo reprimido.
En resumen, este escrito insiste sobre el hecho de que, en la supervisión clínica, el control se enfrenta a un texto, a una narración donde habitan personajes (no personas) que han sido enhebrados en un relato.
Lo expuesto anteriormente reconoce nutridas fuentes históricas que van más allá del caso Juanito o el de G.F. que antes se marcaron. Schreber, Leonardo, Jensen, Haitzmann, Dostoievski han sido textos a los cuales Freud recurrió. Dentro de la misma línea se enrola el Ulises de James Joyce visto desde Lacan, y el Sören Kierkegaard de La repetición visto a la luz de Los cuatro conceptos fundacionales del psicoanálisis.
Los vínculos entre Literatura y Psicoanálisis son extensos como lo señala el grupo comandado por Le Galliot (17). Ambos tienen franjas compartidas: el texto y la transferencia; sin esta última no sería posible acceder a texto literario alguno (sea ensayo o narración).
Pero así como tienen zonas comunes se distancian por sus objetivos. A la literatura la gobierna un fuerte predominio del mundo simbólico, como muy inteligentemente lo destacó Humberto Eco (18); la clínica allí se divorcia.
Foucault (19) señala que la clínica (no discrimina cuál) es el sitio donde se desarrolla “la política de los hechos”. Es posible traducir esto en términos analíticos. En la clínica aparece lo Real, es decir, la angustia y sus formaciones subrogadas; aquello que no tiene cabida en la sociedad de las palabras, que ha sido deportado del mundo del lenguaje.
La clínica analítica se postula como alternativa audaz allí donde retrocede la clínica médica (20). Apunta a restituir aquello que ha sido exiliado del lenguaje.
Concebir la clínica desde esta perspectiva es alejarla no sólo de la literatura sino del orden médico (siguiendo un feliz desarrollo de Clavreul (21)), pero fundamentalmente permite entender, por extensión, a la supervisión (o al control) desde una perspectiva diferente y singular.


Al comenzar esta exposición se habló de Texto, Clínica y Transferencia. Estas ideas conductoras se han ido entrelazando, pero hay, entre las sombras, un cuarto protagonista: la Experiencia. Voz que significa ‘ser atravesado por un hecho o por un acontecimiento’. Se trata aquí de una experiencia singular adquirida en la tarea concreta de supervisión.
En otro lugar (22), ya se señaló que la VERDAD se va construyendo, edificando como producto de la Interlocución; sólo es a priori en el interior del pensamiento religioso (23), pero fuera de él, es un efecto de llegada antes que un punto de partida.
Un pensador contemporáneo, Paul Feyerabend (24), sostiene que el conocimiento se obtiene sin premeditaciones, con una firme sensibilidad ante el hallazgo, más que como el producto de una búsqueda.
Por eso, es necesario trasladar el asiento de la Verdad: ésta sólo puede nacer del intercambio y del movimiento de las palabras.

Lo dicho hasta aquí puede ser atravesado por otro modo de expresión que, como colofón, reseña un enfoque actualizado acerca de la supervisión... y que se deja decir de la siguiente forma:


DEL “SENTIDO DE LA SUPERVISIÓN” A LA SUPERVISIÓN DEL SENTIDO”.



A PROPÓSITO DE LA PRAXIS

     De la conjunción de signos brota el sentido. Por ello, concebir la supervisión como el ANÁLISIS del sentido, transforma el clásico “control” en un espacio probable de (RE)creación de la clínica.

La intención, por lo tanto, es formativa.
Potencia, así, la posibilidad de ampliar la escucha  acerca del paciente siguiendo, como cauce, la praxis freudiana en torno a la clínica y a la psico(pato)logía.
Dicha praxis ha sido alimentada con posterioridad a su suceso y su inclusión es, por lo tanto, un rescate histórico.

Pero ¿por qué PRAXIS?
Porque ella designa a la experiencia que suelda aquello que artificialmente fue separado: la clínica de su conceptualización.
Desde aquí cabe preguntarse (junto a Freud): ¿qué es la clínica sino una puesta en marcha de nociones metateóricas y conceptos teóricos?
Por eso, la supervisión adquiere sentido cuando se atreve a cuestionar esas nociones y conceptos que sostienen el ejercicio psicoterapéutico.

Pero ¿y el paciente?
Está allí donde se lo intuye: se aprende a encontrarlo, desaparece para (re)surgir como texto, sólo entendible a condición de (con)signarlo desde el interior de las categorías conceptuales.

Esto define, más que un escuchar aprendiendo, un aprender acerca de la escucha. Se trata, pues, de ajustar el audífono, de sintonizar el dial, intentando oír lo que se musita o silencia... lo que se expresa por el camino del síntoma.

Es cierto que se trata de una percepción extraña, árida y dificultosa, pero no imposible. Se soporta en esas conceptualizaciones que antes se señalaban.

Queda claro que, desde aquí, el trabajo central no es con el paciente, sino con la escucha del terapeuta.

Este boceto estaría incompleto si no concluyera... con aquello que lo alienta:

(CO)LABORAR en la formación de un campo clínico original para sus protagonistas.



                                             Buenos Aires, 6 de julio de 1981

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS


1) AUTORES VARIOS: Las actas de la Sociedad de Viena (recopilación de las reuniones de los miércoles), Petrel.
2) JONES, Ernest: Vida y Obra de Sigmund Freud, Espasa.
3) FREUD, Sigmund: Los orígenes del psicoanálisis, Correspondencia con Fliess, Biblioteca Nueva (1948) y Amorrortu Editores.
4) MANNONI, Octave: Freud. El descubrimiento del inconsciente, Nueva Visión.
5) FREUD-FLIESS: Correspondencia, Granica. (Hay separata en la Revista Imago n. 9 “Supervisar con Freud”).
6) FREUD, Sigmund: Análisis de la fobia de un niño de cinco años, Biblioteca Nueva (1948) y Amorrortu Editores.
7) NUMBERG, Hermann: Teoría general de las neurosis, Salvat.
8) LACAN, Jacques: Seminario II, Paidós.
9) BARTHES, Roland: Crítica y Verdad  -  Siglo XXI Editores, 1966.
10)   _           : El grado cero de la escritura, Siglo XXI Editores.
11) FOUCAULT, Michel: La arqueología del saber, Siglo XXI Editores.
12) BORGES, Jorge Luis: Borges y yo en Obras Completas, Emecé.
13) KRISTEVA, Julia: Semiótica I , Espiral, Ed. Fundamental.
14) LIBERTELLA, Héctor: Sobre la traducción, Gaceta Psicológica, marzo de 1987.
15) LACAN, Jacques: Intervención sobre la transferencia en Escritos I, Siglo  XXI Editores.
16) HELMAN, Jorge: Estructuras psicopatológicas  y su articulación en la clínica, Tekné.  Y en Ficha del Centro de estudiantes de Psicología de la UBA.
17) LE GALLIOT, Jean: Psicoanálisis y lenguajes literarios,  Contemporánea.
18) ECO, Umberto: Las estrategias de la ilusión, Numen-Ediciones de la Flor.
19) FOUCAULT, Michel: El nacimiento de la clínica, Siglo XXI Editores.
20) HELMAN, Jorge: Signos, discursos y ámbitos, Diario La Opinión, suplemento Cultural.
21) CLAVREUL, Jean: El orden médico, Argot.
22) HELMAN, Jorge: Una carta desde Haifa, Revista Psyché, octubre de 1987.
23) DETIENNE, Marcel: Los maestros de Verdad en la Grecia Arcaica, Taurus.
24) FEYERABEND, Paul: En contra del método. Esbozo de una teoría anárquica del conocimiento, Ed. Tecnos.


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Buenos Aires, 4 de enero de 2002.
Publicado en el rubro COLABORACIONES de la Revista Psicoanalítica Electrónica EL SIGMA – Acceso Internet: www.elsigma.com - Buenos Aires – Mayo 2003.


Psicoanalista, Profesor Invitado en la Cátedra de Clínica de Adultos (II) de  la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires, Profesor Titular de Práctica Clínica  (Especialidad en Psicología Clínica) de la Universidad Argentina John F. Kennedy y ex Supervisor Clínico del Servicio de Adultos del Centro de Salud Mental N* 3 Arturo Ameghino, dependiente de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (Argentina). Autor de trabajos referidos a los bordes e  intersecciones entre Cultura y Psicoanálisis.                                                                
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Prof. Lic. Jorge M.Helman
Psicólogo (UBA)
Sarmiento 3857 - PB "A"
(1197) Buenos Aires
Tel.: (54-11) 4861-6341/7531
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Hace algunos días recibí de un colega y amigo, el Lic. Andrés Méndez Quiñonez, a propósito de la iniciativa de este espacio, una serie de comentarios que a mi juicio entrañan, un lúcido y agudo análisis que deseo compartir. Agradezco por otra parte, las reconfortantes ponderaciones acerca de esta propuesta.
Pongo en consideración entonces, algunos de los ejes temáticos que gentilmente me ha ofrecido, este valioso profesional y querido amigo. He decido consignar sólo los señalamientos e interrogaciones recibidas, omitiendo las respuestas que oportunamente le hice llegar en forma privada. Entendiendo que de tal modo, la renuncia a mi respuesta fertilizará otras interrogaciones de mayor riqueza, que las consideraciones que yo pudiera articular.

-Por qué esta propuesta se diseña en un formato virtual? Con las implicancias que ello supone, respecto a la distancia que imprime esta modalidad y a otras cuestiones, como el hecho de la privacidad de los datos de pacientes, que obliga a "distorsionar" o "camuflar" su identidad. 
- No impacta lo ante dicho en la operatividad del dispositivo?
- Habría que fundamentar los procesos que sostienen este tipo de vínculos (analista-paciente en revisión virtual y analista-revisor)? Cuáles son sus consecuencias?
- Cómo se amalgama este dispositivo con la supervisión de ese mismo caso, con otro supervisor? Es posible? 
-Y de no serlo, es suficiente el espacio para dar respuesta a una demanda planteada por el que participa?

                           Lic. Andrés Méndez Quiñonez